lunes, 21 de enero de 2013

EL DORADO

El dorado es incompatible con las prisas y con la impaciencia. En el dorado se parte siempre de reglas generales que es preciso respetar, sino queremos llevarnos desagradables sorpresas. Quien no las cumple, repito, de entrada se lleva sorpresas inauditas, que tienen mal o peor remedio. Es por ello mi insistencia desde el principio, y desde este momento, como docente, y la insistencia de la mayoría de los buenos maestros en ensayar, ensayar y ensayar.
La práctica y la constante atención del que va a aprender a dorar a lo que está haciendo, es el mejor de los maestros, sobre todo en el tema del calor.


Se dice, que para aprender a dorar bien se necesitan 10 años de práctica y que el dorador no solo esté entusiasmado con lo que hace, sino que busque la manera de enriquecer su experiencia, pues la técnica avanza cada día, y cada día surgen nuevos materiales que pueden en muchos casos, por unas causas o por otras, sustituir por su mayor facilidad o belleza a los que estamos empleando. Tal ha sido el caso de la película de oro. Que sustituye al oro batido o pan de oro.

Naturalmente se puede dorar con menos tiempo de práctica, sino magistralmente, si de una forma aceptable para que los libros queden en nuestra biblioteca, con un aspecto bonito, agradable y decoroso.


Hay que insistir que no debemos desfallecer, al ensayar y repetir una y otra vez, hasta que la practica continua nos haga empezar a sentir cierta seguridad. Teniendo en cuenta que el dorador más experto también falla, pero también tiene sus cinco sentidos abiertos a cualquier detalle que le pueda servir para rectificar su error: una piel nueva o una piel desconocida, la temperatura o la humedad, el desconocimiento del material usado, el cambio en la calidad de la película de oro, o cualquier otra cosa, le sirven, para contrastarlo con su experiencia y ver si puede ayudarlo en su trabajo.
Cuando la calidad y la limpieza del dorado deja que desear y no se ve con claridad y resplandor en los dorados, hay que preguntarse, ¿por qué?
Siendo sinceros en la respuesta, sin echarle la culpa a la clase de piel o a su sequedad o al poco o mucho calor de la paleta, la culpa es nuestra, por no haber cuidado todos los detalles, o por lanzarnos a dorar sin practicar sobre una muestra o recorte de la piel del libro, que nos sirva de prueba de lo que vamos a hacer.
 EN EL DORADO NO HAY PRISAS.

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